La sauna de calor infrarrojo supera ampliamente las cualidades terapéuticas de la sauna convencional. En un sistema calórico infrarrojo, sólo el 20% de la energía infrarroja calienta el aire, dejando el otro 80% dispuesto para ser directamente convertido en calor por nuestro propio cuerpo.
Por tanto, la sauna de calor infrarrojo, mediante un calor ambiental de solo 40 a 50 grados, produce mayor sudoración en el cuerpo, aproximadamente 3 veces más que la sauna convencional de aire caliente, la cual utiliza de 80 a 100 grados. Un menor nivel de temperatura es mucho más sano para aquellos con problemas cardiovasculares o baja tensión. Gracias a esto, la duración de una sesión en una sauna de infrarrojos sera de tan solo unos 30 minutos, a diferencia de la sauna convencional en la que serían necesarias sesiones mucho más largas.
Como hemos visto, los rayos infrarrojos obtienen un mayor nivel de penetración en nuestro cuerpo 1-2 mm, propiciando una acción terapéutica para mejorar trastornos circulatorios y cutáneos, aliviar dolores reumáticos, musculares, etc.
La sauna de infrarrojos está contraindicada en algunas patologías graves o avanzadas como procesos febriles, infartos recientes, accidentes cerebrales vasculares, insuficiencia renal aguda, embarazo... Y por eso, como cualquier otro elemento que tenga incidencia sobre nuestra salud, el proceso debe estar sometido al control de profesionales que supervisen los datos fisiológicos fundamentales como la presión arterial, el ritmo cardíaco, el peso y la temperatura corporal antes y después de su uso.